Vestigios de invierno

El frío es una presencia, un estado del alma. Se instala en lo más profundo, deteniendo el tiempo, envolviendo todo en un vacío silencioso. En este invierno que parece sinfín, se siente más la soledad y más aún con la inmensidad de un mundo que nos trasciende y nos condiciona.
Enfrentarse al frío es enfrentarse a uno mismo, a la ausencia, al peso de lo inalcanzable. Quizás la verdadera liberación no esté en huirle al frio, tal vez este en aceptarlo y sentirlo hasta que sin darnos cuenta comience a desvanecer. En medio de esa agua helada, también hay un despertar en el que late la posibilidad del cambio, de un nuevo comienzo que nace con la primavera.
la naturaleza se convierte en un reflejo del ciclo de la vida. En la profundidad, las montañas firmes y el lago sereno evocan la permanencia de nuestras raíces, el origen desde el cual todo renace. En el primer plano, las flores veraneras rosadas florecen con esplendor, pero saben que su belleza es efímera. Sobre ellas, la luz del sol se transforma en delicadas bailarinas blancas, almas etéreas que danzan en un instante de gracia antes de desvanecerse. Hay un susurro en la imagen: la certeza de que todo tiene su tiempo, que la espera del invierno es solo el preludio de una nueva primavera